Derecho a seguir viviendo en el centro urbano

Históricamente los centros urbanos fueron zonas populares, espacios predominantes de simultaneidad y encuentros. En éstos se desarrollaba una vida social colectiva y cercana, otro tipo de vida urbana que ahora desaparece cada vez más. Por esta misma realidad que los conformaba los centros urbanos fueron numerosas veces viveros de contestación y agitación sociales, de modos de vida populares y diversos impulsados por sus habitantes pertenecientes a las clases bajas, migrantes… Se vivía en los centros urbanos cierta subversión al control del tiempo y del espacio impuesto desde arriba. Pero desde varias décadas ya, estamos viviendo – y algunos consagrando – la destrucción de esa centralidad. Esa destrucción, y posterior redefinición, viene de arriba, de las élites políticas y económicas que en ello persiguen sus intereses y beneficios propios. Y este proceso se traduce en un control y una “aseptización” de los centros urbanos convirtiéndolos en centros de decisión y zonas de consumo (material o turístico). Las patas de esta transformación son los desplazamientos de los habitantes del centro hacia las periferias, las expulsiones y la gentrificación para finalmente conseguir un cambio en el tipo de población residente en esos centros urbanos. Este es el proceso que vive Malasaña desde hace ya varios años: la predominancia del valor de intercambio de nuestras ciudades frente a su desgraciadamente olvidado valor de uso. Los centros dejan de pensarse para habitar, para vivir y se transforman en vitrinas del poder político y económico. No se puede obviar aquí una lucha ideológica, una lucha de clase encubierta.

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